Entrevista con Allen Frances
Catedrático emérito de
la Universidad de Duke, dirigió la considerada 'biblia' de los psiquiatras
·
¿Estamos tan enfermos como para consumir tantos ansiolíticos?
Allen Frances, el pasado septiembre
en Barcelona. / JUAN BARBOSA
Allen
Frances (Nueva York, 1942) dirigió durante años el Manual Diagnóstico y
Estadístico (DSM), en el que se definen y describen las diferentes
patologías mentales. Este manual, considerado la biblia de los
psiquiatras, es revisado periódicamente para adaptarlo a los avances del
conocimiento científico. El doctor Frances dirigió el equipo que redactó el DSM
IV, a la que siguió una quinta revisión que amplió considerablemente el
número de entidades patológicas. En su libro ¿Somos todos enfermos mentales?
(Ariel, 2014) hace autocrítica y cuestiona que el considerado como principal
referente académico de la psiquiatría colabore en la creciente medicalización
de la vida.
Pregunta. En el libro entona un mea culpa,
pero aún es más duro con el trabajo de sus colegas en el DSM V. ¿Por
qué?
Respuesta. Nosotros fuimos muy conservadores
y solo introdujimos dos de los 94 nuevos trastornos mentales que se habían
sugerido. Al acabar, nos felicitamos, convencidos de que habíamos hecho un buen
trabajo. Pero el DSM IV resultó ser un dique demasiado endeble para
frenar el empuje agresivo y diabólicamente astuto de las empresas farmacéuticas
para introducir nuevas entidades patológicas. No supimos anticiparnos al poder
de las farmacéuticas para hacer creer a médicos, padres y pacientes que el
trastorno psiquiátrico es algo muy común y de fácil solución. El resultado ha
sido una inflación diagnóstica que produce mucho daño, especialmente en
psiquiatría infantil. Ahora, la ampliación de síndromes y patologías en el DSM
V va a convertir la actual inflación diagnóstica en hiperinflación.
P. ¿Todos vamos a ser considerados
enfermos mentales?
R. Algo así. Hace seis años coincidí
con amigos y colegas que habían participado en la última revisión y les vi tan
entusiasmados que no pude por menos que recurrir a la ironía: habéis ampliado
tanto la lista de patologías, les dije, que yo mismo me reconozco en muchos de
esos trastornos. Con frecuencia me olvido de las cosas, de modo que seguramente
tengo una predemencia; de cuando en cuando como mucho, así que probablemente
tengo el síndrome del comedor compulsivo, y puesto que al morir mi mujer, la
tristeza me duró más de una semana y aún me duele, debo haber caído en una
depresión. Es absurdo. Hemos creado un sistema diagnóstico que convierte
problemas cotidianos y normales de la vida en trastornos mentales.
P. Con la colaboración de la
industria farmacéutica...
R. Por supuesto. Gracias a que se les
permitió hacer publicidad de sus productos, las farmacéuticas están engañando
al público haciendo creer que los problemas se resuelven con píldoras. Pero no
es así. Los fármacos son necesarios y muy útiles en trastornos mentales severos
y persistentes, que provocan una gran discapacidad. Pero no ayudan en los
problemas cotidianos, más bien al contrario: el exceso de medicación causa más
daños que beneficios. No existe el tratamiento mágico contra el malestar.
P. ¿Qué propone para frenar esta
tendencia?
R. Controlar mejor a la industria y
educar de nuevo a los médicos y a la sociedad, que acepta de forma muy acrítica
las facilidades que se le ofrecen para medicarse, lo que está provocando además
la aparición de un mercado clandestino de fármacos psiquiátricos muy peligroso.
En mi país, el 30% de los estudiantes universitarios y el 10% de los de
secundaria compran fármacos en el mercado ilegal. Hay un tipo de narcóticos que
crean mucha adicción y pueden dar lugar a casos de sobredosis y muerte. En
estos momentos hay ya más muertes por abuso de medicamentos que por consumo de
drogas.
P. En 2009, un estudio realizado en
Holanda encontró que el 34% de los niños de entre 5 y 15 años eran tratados de
hiperactividad y déficit de atención. ¿Es creíble que uno de cada tres niños
sea hiperactivo?
R. Claro que no. La incidencia real
está en torno al 2%-3% de la población infantil y sin embargo, en EE UU
están diagnosticados como tal el 11% de los niños y en el caso de los adolescentes
varones, el 20%, y la mitad son tratados con fármacos. Otro dato sorprendente:
entre los niños en tratamiento, hay más de 10.000 que tienen ¡menos de tres
años! Eso es algo salvaje, despiadado. Los mejores expertos, aquellos que
honestamente han ayudado a definir la patología, están horrorizados. Se ha
perdido el control.
P. ¿Y hay tanto síndrome de Asperger
como indican las estadísticas sobre tratamientos psiquiátricos?
R. Ese fue uno de los dos nuevos
trastornos que incorporamos en el DSM IV y al poco tiempo el diagnóstico
de autismo se triplicó. Lo mismo ocurrió con la hiperactividad. Nosotros
calculamos que con los nuevos criterios, los diagnósticos aumentarían en un
15%, pero se produjo un cambio brusco a partir de 1997, cuando las farmacéuticas
lanzaron al mercado fármacos nuevos y muy caros y además pudieron hacer
publicidad. El diagnóstico se multiplicó por 40.
P. La influencia de las farmacéuticas
es evidente, pero un psiquiatra difícilmente prescribirá psicoestimulantes a un
niño sin unos padres angustiados que corren a su consulta porque el profesor
les ha dicho que el niño no progresa adecuadamente, y temen que pierda
oportunidades de competir en la vida. ¿Hasta qué punto influyen estos factores
culturales?
Los seres humanos
hemos sobrevivido millones de años gracias a la capacidad de afrontar la
adversidad
R. Sobre esto he de decir tres cosas.
Primero, no hay evidencia a largo plazo de que la medicación contribuya a
mejorar los resultados escolares. A corto plazo, puede calmar al niño, incluso
ayudar a que se centre mejor en sus tareas. Pero a largo plazo no ha demostrado
esos beneficios. Segundo: estamos haciendo un experimento a gran escala con
estos niños, porque no sabemos qué efectos adversos pueden tener con el tiempo
esos fármacos. Igual que no se nos ocurre recetar testosterona a un niño para
que rinda más en el fútbol, tampoco tiene sentido tratar de mejorar el
rendimiento escolar con fármacos. Tercero: tenemos que aceptar que hay
diferencias entre los niños y que no todos caben en un molde de normalidad
que cada vez hacemos más estrecho. Es muy importante que los padres protejan a
sus hijos, pero del exceso de medicación.
P. ¿En la medicalización de la vida,
no influye también la cultura hedonista que busca el bienestar a cualquier
precio?
R. Los seres humanos somos criaturas
muy resilientes. Hemos sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad
para afrontar la adversidad y sobreponernos a ella. Ahora mismo, en Irak o en
Siria, la vida puede ser un infierno. Y sin embargo, la gente lucha por
sobrevivir. Si vivimos inmersos en una cultura que echa mano de las pastillas
ante cualquier problema, se reducirá nuestra capacidad de afrontar el estrés y
también la seguridad en nosotros mismos. Si este comportamiento se generaliza,
la sociedad entera se debilitará frente a la adversidad. Además, cuando
tratamos un proceso banal como si fuera una enfermedad, disminuimos la dignidad
de quienes verdaderamente la sufren.
P. Y ser etiquetado como alguien que
sufre un trastorno mental, ¿no tiene también consecuencias?
R. Muchas, y de hecho cada semana
recibo correos de padres cuyos hijos han sido diagnosticados de un trastorno
mental y están desesperados por el perjuicio que les causa la etiqueta. Es muy
fácil hacer un diagnóstico erróneo, pero muy difícil revertir los daños que
ello conlleva. Tanto en lo social como por los efectos adversos que puede tener
el tratamiento. Afortunadamente, está creciendo una corriente crítica con estas
prácticas. El próximo paso es concienciar a la gente de que demasiada medicina
es mala para la salud.
P. No va a ser fácil…
R. Cierto, pero el cambio cultural es posible. Tenemos un magnífico ejemplo:
hace 25 años, en EE UU el 65% de la población fumaba. Ahora, lo hace menos
del 20%. Es uno de los mayores avances en salud de la historia reciente, y se
ha conseguido por un cambio cultural. Las tabacaleras gastaban enormes sumas de
dinero en desinformar. Lo mismo que ocurre ahora con ciertos medicamentos
psiquiátricos. Costó mucho hacer prosperar la evidencia científica sobre el
tabaco, pero cuando se consiguió, el cambio fue muy rápido.
P. En los últimos años las autoridades
sanitarias han tomado medidas para reducir la presión de los laboratorios sobre
los médicos. Pero ahora se han dado cuenta de que pueden influir sobre el
médico generando demanda en el paciente.
R. Hay estudios que demuestran que
cuando un paciente pide un medicamento, hay 20 veces más posibilidades de que
se lo prescriban que si se deja simplemente a decisión del médico. En
Australia, algunos laboratorios requerían para el puesto de visitador médico a
personas muy agraciadas, porque habían comprobado que los guapos entraban con
más facilidad en las consultas. Hasta ese punto hemos llegado. Ahora hemos de
trabajar para lograr un cambio de actitud en la gente.
P. ¿En qué sentido?
R. Que en vez de ir al médico en busca
de la píldora mágica para cualquier cosa, tengamos una actitud más precavida.
Que lo normal sea que el paciente interrogue al médico cada vez que le receta
algo. Preguntar por qué se lo prescribe, qué beneficios aporta, qué efectos
adversos tendrá, si hay otras alternativas. Si el paciente muestra una actitud
resistente, es más probable que los fármacos que le receten estén justificados.
P. Y también tendrán que cambiar hábitos.
R. Sí, y déjeme decirle un problema que he observado. ¡Tienen que cambiar los hábitos de sueño! Sufren ustedes una falta grave de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad. Cenar a las 10 de la noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando hacían la siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos.
R. Sí, y déjeme decirle un problema que he observado. ¡Tienen que cambiar los hábitos de sueño! Sufren ustedes una falta grave de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad. Cenar a las 10 de la noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando hacían la siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos.
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